Huertos escolares: cultivando saberes y conciencia ecológica en el aula

En el Bachillerato General Oficial “Ezequiel Chávez”, ubicado en Jicolapa, Zacatlán, Puebla, emprendimos un proyecto que me llena de orgullo como docente, implementamos un huerto escolar que transformó un espacio físico en un entorno de aprendizaje activo. La tierra, las semillas y el trabajo colaborativo se convirtieron en recursos pedagógicos que enriquecieron la formación de nuestras y nuestros estudiantes, a través de esta experiencia, observaron, experimentaron, cuidaron, se organizaron y reflexionaron desde un enfoque ambiental y comunitario.
A esta iniciativa la llamamos “Cultivando Conocimiento”, la cual nació con la intención de convertir la educación ambiental en una vivencia práctica, concreta y significativa. El objetivo fue claro desde el inicio, desarrollar un proyecto sustentable donde los saberes escolares se articulen con acciones reales, ecológicas y de impacto colectivo; desde su planeación hasta la cosecha, cada etapa fue una oportunidad para fortalecer conocimientos en ciencias, valores ciudadanos, habilidades técnicas y, sobre todo, conciencia sobre el cuidado del entorno.
¿Por qué un huerto escolar?
El huerto escolar representa una estrategia didáctica integral que permite vincular el conocimiento con la experiencia, en nuestro caso, fue mucho más que sembrar plantas, fue sembrar preguntas, trabajo colectivo y aprendizajes significativos. A través del contacto directo con la tierra, nuestras y nuestros estudiantes desarrollaron competencias ligadas a asignaturas como Biología, Química, Geografía y Formación Cívica y Ética, al tiempo que fortalecieron habilidades socioemocionales como la cooperación, la responsabilidad y la toma de decisiones.
Cada actividad, desde la elaboración de la lombricomposta hasta el cuidado del riego o el control natural de plagas, fue una oportunidad para aprender de forma activa y contextualizada. El huerto también se convirtió en un espacio para la reflexión sobre el consumo responsable, el aprovechamiento de residuos orgánicos y la producción de alimentos saludables.
Este proyecto permitió fomentar valores esenciales como la sostenibilidad, el respeto por los ciclos naturales y la corresponsabilidad con la comunidad. Involucrar a madres, padres, docentes y voluntarios fue clave para generar un sentido de pertenencia que trasciende el aula, porque cuando cuidamos la tierra juntos, también cultivamos vínculos, conciencia y compromiso.
Así lo hicimos: fases del proceso
Para lograr que Cultivando Conocimiento tuviera un impacto real en el aprendizaje, organizamos el trabajo en cinco etapas, cada una fue pensada como una experiencia formativa, en la que el alumnado pudiera apropiarse de los conocimientos de manera activa y contextualizada.
1. Planificación
Iniciamos con la recolección de materiales como estiércol, melaza, residuos vegetales, lombrices californianas, cubetas, botellas y herramientas básicas. Elaboramos lombricomposta para mejorar la calidad del suelo y preparamos biol, un fertilizante natural a base de fermentación, que utilizamos posteriormente en los cultivos. Durante esta fase también asignamos roles de trabajo entre las y los estudiantes y seleccionamos el espacio más adecuado dentro del plantel para iniciar el huerto, esta etapa sentó las bases del compromiso y del trabajo colaborativo.
2. Preparación del terreno
Una vez definido el espacio, lo limpiamos y delimitamos, retiramos piedras, basura y maleza, y acondicionamos la tierra con abono orgánico. Las y los estudiantes participaron activamente en la capacitación sobre la elaboración de composta y el mejoramiento del suelo, aprendiendo sobre la importancia de la calidad del sustrato para una agricultura sustentable.
3. Siembra y cultivo
Elegimos cultivos de fácil cuidado y valor nutricional como lechuga, espinaca, rábano, zanahoria, cebolla, así como hierbas como albahaca, menta y orégano. Aplicamos técnicas de siembra directa y en almácigos, organizando los cultivos según su tamaño, necesidades de luz y consumo de agua. Esta fase fue especialmente motivadora, pues permitió visualizar el potencial del espacio transformado.
4. Mantenimiento
El cuidado del huerto fue un ejercicio constante de observación y responsabilidad, regábamos en los momentos adecuados del día para conservar la humedad, retirábamos la maleza manualmente y aplicábamos insecticidas naturales como agua con ajo o jabón potásico esto para proteger los cultivos. Las plantas se convirtieron en maestras silenciosas que requerían atención, paciencia y constancia.
5. Cosecha
La etapa más esperada y gratificante, al ver crecer las hortalizas, el esfuerzo colectivo cobró sentido. Recolectamos los productos en el momento adecuado, con herramientas limpias y con respeto por las plantas, cada lechuga, rábano o ramita de albahaca fue símbolo de aprendizaje, cuidado y trabajo conjunto.
Una experiencia que trasciende el aula
Más allá del contenido curricular, este proyecto nos permitió vivir una experiencia profundamente transformadora, el huerto se convirtió en un espacio vivo donde el aprendizaje dejó de estar limitado por las paredes del aula. Cada tarea, desde remover la tierra hasta observar el crecimiento de una semilla, se volvió una oportunidad para reflexionar sobre el entorno, el trabajo colectivo y la relación entre el ser humano y la naturaleza.
Como docente, pude observar cómo el nivel de compromiso del alumnado crecía conforme avanzaba el proyecto, verlos llegar con entusiasmo, preguntar, proponer y apropiarse del espacio fue una de las mayores satisfacciones. El huerto también nos brindó la posibilidad de abordar temas como el autoconsumo responsable, el uso eficiente de recursos y la importancia de los saberes tradicionales.
Otro aspecto valioso fue la participación de madres, padres y personas voluntarias de la comunidad, su apoyo en diversas actividades fortaleció el sentido de pertenencia, y generó un diálogo intergeneracional en torno al cuidado de la tierra; nuestra escuela se abrió a la comunidad, y la comunidad también sembró en la escuela.
Este tipo de proyectos nos recuerdan que educar también es acompañar procesos que forman ciudadanía, fomentan la empatía y construyen conciencia, y que, cuando se cultiva con intención, el aprendizaje florece con más fuerza.
Sumar creatividad y sostenibilidad
Una de las grandes enseñanzas del proyecto fue descubrir que con creatividad y compromiso es posible lograr mucho, incluso con recursos limitados, a lo largo del proceso, fuimos encontrando formas de enriquecer el huerto escolar reutilizando materiales, integrando ideas del propio alumnado y adaptándonos a las condiciones del entorno.
Construimos macetas y cercos con materiales reciclados, como botellas de plástico, madera recuperada y cubetas, esta decisión, además de reducir costos, reforzó la conciencia sobre la reutilización y el impacto de nuestros hábitos de consumo.
También incorporamos letreros hechos a mano por las y los estudiantes, con el nombre y los beneficios de cada planta, estos pequeños detalles transformaron el huerto en un espacio educativo permanente, donde cada visitante podía aprender algo nuevo al recorrerlo.
Otra propuesta que comenzamos a explorar fue la construcción de un pequeño invernadero casero, ideal para proteger ciertos cultivos durante la temporada de frío, aún está en fase de diseño, pero ya despierta el interés por continuar innovando y cuidando este espacio que hemos construido entre todas y todos.
Enseñar desde la sostenibilidad también implica enseñar desde la creatividad, la colaboración y el ingenio, y cuando el aprendizaje nace de la propia experiencia, las soluciones se vuelven más significativas y duraderas.
Cerrar el ciclo… y volver a sembrar
Cultivando Conocimiento no concluyó con la cosecha, más bien, abrió nuevas posibilidades para seguir fortaleciendo una educación que vincule conocimientos escolares con experiencias reales, concretas y significativas. El huerto escolar se consolidó como un espacio de aprendizaje práctico, donde se integraron diferentes asignaturas, se fomentó la colaboración y se reforzó la conexión entre la escuela y su comunidad.
Como docente, puedo decir que esta ha sido una de las experiencias más significativas en mi labor educativa, el huerto escolar nos permitió conectar con el conocimiento desde otro lugar: el de la práctica, la colaboración y el cuidado del entorno.
Invito a quienes forman parte del ámbito escolar a considerar el huerto como una herramienta pedagógica transformadora, no se necesita un gran presupuesto ni condiciones perfectas para comenzar. Es posible iniciar con poco y lograr mucho, basta con voluntad, creatividad y una mirada educativa que valore el aprendizaje que ocurre fuera del pupitre.
Cuando sembramos con propósito, florece el conocimiento… y también la conciencia.
Por: Dra. Guadalupe Vázquez Castillo
Docente del Bachillerato General Oficial “Ezequiel Chávez”